Mis oídos escuchan una lengua que no entiendo,
soy un mudo que solo observa
a los caníbales devorándose entre ellos.
Cuando me miran tiemblo,
orino mis pantalones,
porque también quieren mi carne
y hasta mis huesos.
Con sus amarillentos dientes
sonríen sonrisas que prometen muerte
y con sus largos y retorcidos dedos
me sujetan.
No me resisto,
de nada me vale,
estoy a su merced.
Desgarran,
muerden,
mastican,
tragan.
Pedazo a pedazo arrancan mis músculos,
mis tendones,
mi cartílago.
Gimo de dolor,
estoy condenado
a ser el festín
de estos terribles caníbales.
Haz que mi imaginación se disemine
Inquietante… Muy bueno! Saludos!
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Gracias, Ana. Muchas gracias.
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Macabro deleite…
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Ya casi nadie escribe poesía de horror y esto quedó muy bien hecho, Edgardo. Saludos
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Gracias, Alejandro. Aprecio tus visitas y comentarios.
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Buena poesía
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