Un desvarío más hilarante que terrorífico. Al final, la última palabra la tienen ustedes.

A lo largo de la historia, los demonios siempre han recurrido a diferentes formas para seducir a la humanidad y conseguir adoradores, esto ha pasado incluso entre los hombres y mujeres más piadosas; promesas de riqueza, vida eterna, poder, amor… todas esas ambiciones que tienen los mortales. Pero a pesar de que salían airosos en su cometido, los seres infernales solo podían disfrutar de sus victorias por cortos periodos, ya que en algún momento eran descubiertos y desterrados nuevamente a los abismos.
La lucha entre la luz y la oscuridad se dio siempre así: el subterfugio como el arma principal de los esbirros del infierno y el castigo por parte de los paladines de Dios. Por lo menos este fue el caso hasta que un demonio, al que no nombraré por temor de llamar su atención, concibió una argucia que instauró uno de los más fuertes cultos del cristianismo —entiéndase…
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