Bienvenido al paraíso

Llegó al cielo y contempló todas la maravillas que ahí había, en verdad era todo un paraíso, bien habían valido la pena todos los sacrificios que había hecho en vida: no pensar ni actuar lujuriosamente, nunca comer en demasía, siempre guardar recato ante cualquier situación, responder a cualquier ofensa y amenaza agachando la mirada, aguantar hasta el final en su ruinoso matrimonio. Pero lo más importante siempre había sido poner a Dios ante todo y ante todos; primero Dios, al final Dios.

Su gozo no podía ser mayor, el saber que pasaría la eternidad al lado del Señor lo llenaba de dicha. 

Se acomodó en una esponjosa nube y observó la tierra. Se dio cuenta de lo mal que se comportaban allá abajo: tenían sexo indiscriminadamente, comían con gula, pelaban, se dejaban llevar por sus pasiones más bajas… bailaban, reían, cantaban, lloraban, gritaban, se enfurecían, tenían ganas de morir y a la vez de vivir intensamente…

De pronto no se sintió tan pleno. Al ver todo el caos, todo el desorden que significaba estar vivo, se dio cuenta de lo pálida y enclenque que había sido su vida en comparación con la de la mayoría de las personas. ¿En qué momento se había olvidado de gozarla solo porque el paraíso lo esperaba al final de la jornada? 

Ya no había nada que hacer, ahora estaba aquí, a los pies del Creador mirando con envidia la pecaminosa vida de aquellos que entendían que el cielo y el infierno se experimentaban en cada momento de la existencia. 

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