Mensaje fallido

El cielo se abrió; una alargada franja, púrpura al centro y rosácea en los bordes, destelló por un par de segundos dejando caer un objeto a la tierra. Luego todo lo volvió a la normalidad.

Los cazadores de la tribu, e incluso algunos animales, hicieron una pausa para presenciar el extraño fenómeno. Los animales volvieron inmediatamente a su rutina, mas no así lo cazadores. Éstos, llevados por la curiosidad se dirigieron hacia donde, según su conocimiento del terreno, encontrarían aquello que habían visto caer.

Llagaron al lugar y efectivamente encontraron lo que habían ido a buscar, era algo que nunca antes habían visto: en el centro de un círculo de pasto quemado y aplastado se encontraba una burbuja de plástico con algo negro y rectangular en su interior. 

Los cazadores se acercaron con cautos pasos y se detuvieron a la distancia justa de la extensión de sus lanzas. Casi sin moverse, miraron por algunos minutos su sorprendente hallazgo hasta que uno de ellos, tal vez conducido por su creciente mente inquisitiva, acercó la punta de su arma a la burbuja. La tanteó varias veces, cada vez con más fuerza, hasta que la esfera plástica emitió un ligero y continuo siseo.

Asustados por el súbito sonido, se alejaron. Tal vez habían molestado a la cosa y ésta les había lanzado una advertencia para que la dejaran en paz. Antes de irse para continuar con su cacería decidieron darle un último vistazo al extraño objeto. La burbuja se había desinflado. El mismo hombre que la había pinchado antes, volvió a acercar su lanza. No pasó nada. Con la punta la levantó y la acercó, el objeto negro del centro colgando atrapado dentro plástico. Con cuidado lo agarró con su mano libre. Pesaba más o menos lo que una roca pequeña y se sentía completamente ajeno al tacto. Sin importar lo sorprendidos que estuvieran por el descubrimiento tenían que seguir con lo que habían salido a hacer; proveer alimento para la tribu siempre era su prioridad. 

 El hombre amarró el objeto con una cuerda y lo colgó de su hombro, después se marcharon de ese lugar.

Por la noche cuando todos se encontraban reunidos en torno a la fogata, la cosa fue mostrada. La pasaron de mano en mano observándola, mordiéndola, jalándola, oliéndola. Tomaron el plástico por un extremo y usando el peso brindado por lo que contenía lo hicieron dar círculos en el aire como si fuera una onda. Así estuvieron por varias horas, absortos con el extraño objeto hasta que lo dejaron a un lado y comenzaron a irse a dormir.

Una mujer, la compañera del hombre que lo había tomado, lo agarró y continuó examinándolo. Se le ocurrió que quizá si la rasgaba, como la piel de un animal, podría extraer lo que había adentro. Eso hizo. Una vez roto el plástico, tomo el objeto rectangular. Un sensación extraña la recorrió: la cosa era lisa y fría y, como en la superficie del agua, podía ver su cara reflejada en ella. En sus costados largos y atrás de donde se veía su reflejo, tenía protuberancias; en uno de sus lados cortos varios pequeños orificios. Lo giró ante sus ojos y lo golpeó contra el piso, no parecía tener ningún uso. Quizá como arma. Lo sujetó con fuerza, las protuberancias parecían hundirse un poco cuando lo hacía. Apretó con fuerza cada una de ellas; con las dos que estaban juntas no pasó nada, pero cuando apretó la que estaba sola ocurrió lo más maravilloso y atemorizante que sus ojos hubieran presenciado. Toda la extensión de uno de sus lados se iluminó con una pálida luz. Lo soltó.

Trajo a su compañero de vuelta y le mostró lo que había sucedido. El hombre se puso en cuclillas y lo miró más de cerca. La luz que emitía se había intensificado y mostraba muchos colores, algunos que incluso eran desconocidos para él. Lo recogió y tocó la superficie iluminada. Con el roce de sus dedos los colores cambiaron. Una vez más deslizó sus dedos y nuevamente hubo un cambio. Lo que había ahí dentro tenía movimiento, parecía algo vivo.

Después de hacer lo mismo una y otra vez, se fueron a dormir y se llevaron la cosa con ellos.

Al día siguiente, en torno a la fogata, el hombre les mostraba a los demás del grupo lo que la mujer había descubierto. Comenzó con su último hallazgo. Lo colocó en el piso, todos alrededor mirando; después de unos segundos los colores se fueron y quedó negro, justo como lo habían encontrado. Lo levantó de nuevo y mientras lo acercaba a su cara, la colorida luz volvió. Repitió esto varias veces para demostrarles que cada vez que lo hacía era como si la cosa despertara.

Les pidió que se acercaran más e hizo con sus dedos lo mismo que la noche anterior. Los colores cambiaron y hubo movimiento. Todos exclamaron con admiración. 

Continuó con su demostración. La verdad era que no entendía nada de lo que sucedía, pero no podía dejar de sentirse con un cierto grado de importancia. Lo tocó varias veces y en su superficie apareció un rostro. La exclamación fue aún más fuerte. 

El rostro no era de ninguno de ellos, de hecho no se parecía en nada a ellos. Era el de una mujer con la piel muy blanca y con facciones muy diferentes. Un poco temeroso volvió a tocar el objeto. Apareció otro rostro, esta vez el de un hombre. Era igual de extraño, no tenía vello en la cara. Otro toque más. Un grupo, una tribu, con vestimentas muy extrañas, era lo que se mostraba. Eran tan diferentes a ellos.

Sin importar las protestas de los demás, la pareja se llevó el objeto y pronto todos regresaron se dedicaron a lo suyo.

Los días transcurrieron y ambos, el hombre y la mujer, siguieron experimentando. Así fue hasta un día en que no volvió a emitir su colorida luz. Intentaron de todas la maneras que se les ocurrió hacerlo reaccionar, pero fue en vano. Poco a poco perdieron el interés y, arrojándolo al suelo, lo abandonaron.

Un par de días más tarde otra mujer de la tribu lo encontró y al recogerlo la luz volvió a aparecer. Tratando de que nadie la viera, lo escondió para más tarde intentar hacer lo mismo que había visto hacer a los otros. Esa misma noche, más allá de los lindes de la fogata, la mujer deslizaba sus dedos en la superficie de la cosa. Varias veces había logrado que cambiara de colores y había descubierto que si la tocaba con la punta de uno de sus dedos, siempre conseguía que algo se moviera. Absorta como estaba nunca se dio cuenta que el grupo se había ido a dormir y continuó. 

Horas después, la cosa emitió un estruendoso sonido. La mujer, asustada como nunca antes lo había estado en su vida, la dejó caer y salió corriendo de ahí. Todos los demás del grupo despertaron alarmados y se dirigieron con suma cautela a la fuente del ruido.

Ese objeto era algo más allá de su comprensión. Nadie se atrevió a acercarse y tomarlo. Nadie más que la compañera del cazador que se los había mostrado primero. 

Lo tomó y comenzó a deslizar desesperadamente sus dedos hasta que el sonido desapareció. Lo había dominado, había tenido el valor y la habilidad para hacerlo callar. Miró a todos con un aire de superioridad y les dio a entender que el objeto era suyo y de nadie más. Se fue a dormir y lo escondió. A partir de esa noche, la mujer se comportó como si fuera la líder de toda la tribu.

Transcurrió el tiempo y la mujer descubrió cada vez más cosas increíbles, afianzando así su posición entre sus pares. Dentro halló más caras e incluso paisajes y otras cosas que no comprendía que eran. Varias veces más hizo que el sonido volviera y pronto descubrió que podía hacerlo tan intenso o tan suave como quisiera; no siempre eran los mismos sonidos, cada uno era muy diferente a los demás. También se había dado cuenta de los ciclos del objeto, tras días de uso siempre quedaba negro, como si durmiera, pero si lo dejaba en un lugar abierto, donde lo alcanzaran los rayos de sol, siempre despertaba otra vez.

Uno de sus máximos descubrimientos fue el hacer que su cara pareciera en el interior de la cosa. Al principio se sorprendió de sobremanera, e incluso la dejó por unos días, pero después aprendió a dominar eso también. El objeto no sólo hacía aparecer su cara, sino también el entorno y a los demás. Todo esto se lo mostró al grupo.

Había noches en las que lo hacía sonar cuando estaban reunidos en la fogata, otras donde los despertaba simplemente por el hecho de poder hacerlo. Incluso, una vez, hizo que los rostros de cada miembro de la tribu aparecieran en la superficie de la cosa.

Algunos miembros del grupo comenzaron a estar descontentos con ella y otros la envidiaban por su control sobre la cosa. No pasó mucho tiempo para que la mujer fuera asesinada y despojada de ella.

Su nuevo poseedor se proclamó, de manera abierta, jefe de toda la tribu. Les ordenaba que hacer y como hacerlo y a cambio los hacía aparecer en la superficie y los dejaba, de vez en cuando, escoger los sonidos. Se generó más en envidia y descontento y pronto él también perdió la vida a manos de otro. 

Fue así como el objeto fue cambiando de mano y la tribu de líder, cada uno más autoritario y violento que el anterior, y cada uno dejaba tras de sí un cuerpo sin vida. Llegó un punto en que el único objetivo era buscar la manera de hacerse con la cosa, dejando de lado tareas vitales para el grupo. Al final sólo dos mujeres quedaron, una de ellas la celosa dueña del objeto.

Un día, mientras la mujer que controlaba la cosa hacía que su superficie cambiara a algo antes no visto, la otra fue directamente a atacarla con la intención de arrebatarle su preciada pertenencia. Justo antes de enzarzarse a golpes, la mujer que lo poseía alcanzó a tocar con su dedo lo que acaba de descubrir.

La cosa cayó al suelo y mientras se golpeaban hasta morir, sonó una voz, un mensaje del futuro:

“Habitantes del amanecer de la humanidad, ancestros, los saludamos desde lejanos momentos en el tiempo. Somos la prueba viviente de que la raza humana llegó hasta lo más alto entre las otras especies del planeta, somos la prueba de que nuestra inteligencia no tiene límites. Somos y seguiremos siendo los amos del mundo y del espacio. El aparato que les hemos enviado —teléfono celular, lo llamamos— contiene diversas muestras de la civilización de nuestra era: fotografías de todas la razas, de todos los ecosistemas y ciudades del planeta; música de varias etapas de nuestra historia, nuestras más grandes obras de las bellas artes y mensajes en todos los idiomas existentes. Esto es lo que alcanzaran algún día y en verdad esperamos que el haberles enviado esto, los ayude a llegar a la cima mucho más rápido. Nos despedimos por ahora, pero sepan que nos encontraremos en algún punto en el tiempo”.

Las mujeres yacían en el suelo, de la grabación comenzaron a escucharse saludos en las más de cinco mil lenguas habladas por la humanidad. 

El aparato quedó tirado y olvidado en espera de ser encontrado por otro grupo de individuos que quizá, sólo quizá, pudieran darle un mejor uso. 

7 comentarios en “Mensaje fallido”

  1. Leí tu relato con fascinación. En verdad que uno se engancha para saber qué harán con la «cosa». Hay situaciones para analizar en él. Retratas muy bien la curiosidad propia de nuestra especie pero también la violencia inherente a nosotros que no es muy distinta ahora de lo que fué en el Paleolítico y posteriores eras. Titulaste muy bien tu relato. ¡Saludos!

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