¿Cómo es vivir cuando todo lo que antes considerabas vida cambia por completo y de manera abrupta por culpa de un hijo de puta irresponsable? Es horrible, algo que no le deseo a nadie. Es comenzar desde cero, pero con cicatrices que nunca desaparecen e imágenes que te asaltan a cada segundo.
Nunca podré olvidarlo. Nunca. Sentir la violencia, el caos, cuando momentos antes todo era tranquilidad. Sentir como cada instante de esa descarga de fuerza que nos arrancó del suelo y nos hizo girar en el aire se convertiría en el prólogo del resto de mi existencia.
El maldito conducía ebrio y muy rápido sin importarle las vidas que ponía en peligro, ni siquiera le importó cuando su loca carrera se vio frenada por nuestro coche. Nunca he entendido de física, pero sé que lo que sucedió en ese momento tuvo que ver con una transmisión de energía entre dos cuerpos en movimiento. Uno de los vehículos absorbió la energía del otro, cambiando sus estados de movimiento relativo. Nuestro coche, al ser el que a menor velocidad se desplazaba y recibir el impacto del otro, fue el que se llevo la peor parte.
Yo no vi nada, pero sí lo sentí: un tremendo golpe en la parte trasera que nos volcó por completo y cortó de tajo la vida de los que me acompañaban. Fueron segundos en los que mi mente se puso en blanco, en los que no supe nada y sólo tuve miedo. Cuando me recobré todo había dado la vuelta. Esa fue mi primera impresión, pero cuando unos pies se detuvieron a la altura de mi cabeza me di cuenta de que yo era el que estaba fuera de lugar; el cinturón de seguridad había hecho su trabajo y me encontraba, literalmente, colgando en el asiento.
Mi reacción al ver esos pies fue de furia. Como pude me zafé de la atadura y traté de cobrármelas con el que se había acercado, en mi confusión creí que era quien había causado el accidente y no alguien que se había acercado a ayudar; en mi confusión, también, olvidé a mis acompañantes.
Más gente se acercó y me ayudaron a salir. No fue sino hasta que contemplé lo que había sucedido, el carro volteado, los vidrios de las ventanillas regados por el suelo, personas por todo alrededor y el tráfico detenido, que entendí la gravedad de la situación. Entonces, de pronto, recordé que otros viajaban conmigo.
Me acerqué de nuevo al coche e intenté abrir una de las puertas traseras; jalé con todas mis fuerzas, pero me fue imposible moverla. Alguien me tomó por el brazo y mientras me llevaba hacia la banqueta me decía que me calmara que yo no podía hacer nada. Me senté y en ese momento fue cuando lo vi: un carro negro con la parte delantera echa pedazos. Me dirigí hacia él; esa furia que antes me había invadido volvía a darme fuerza para ir a enfrentar al tipo que me había puesto en esa situación. No pude hacerlo.
Apenas di unos cuantos pasos y mi cabeza comenzó a dar vueltas, terminé cayendo al suelo. Más de uno me ayudó a ponerme en pie y cuando me llevaban de regreso a la banqueta, a lo lejos alcancé a escuchar una sirena que se aproximaba. No sé en que momento sucedió, pero de pronto me encontré acostado en una camilla. Los paramédicos me subieron a la ambulancia y lo último que recuerdo de esa noche es como arrancaba y comenzábamos a movernos.
Al día siguiente desperté en el hospital, mi hermana y mi padre se encontraban allí. Les hice todo tipo de preguntas respecto a los otros, pero evitaron contestarme. Esa actitud evasiva fue todo lo que necesité como respuesta. Mi novia, mi hermano y dos amigos nuestros, Roberto y Carolina, habían muerto; el borracho que manejaba el coche negro también había fallecido, al parecer no llevaba puesto el cinturón de seguridad y cuando nos impactó había salido volando a través del parabrisas. En ese momento de pesar, el enterarme de eso me hizo sentir un gran alivio. Creo que con su muerte se hizo un poco de justicia.
Mucha gente me ha dicho que fue un milagro que yo fuera el único en salir con vida del accidente. Yo no pienso así. Nunca he profesado ninguna religión, no creo en ninguna entidad que lo controla todo ni en su intervención divina; sin embargo, ahora me doy cuenta de que si alguno de esos extraordinarios sucesos ha tocado mi vida, lo hizo en mi juventud cuando yo también fui un hijo de puta irresponsable que muchas veces condujo ebrio y al que tampoco le importó poner vidas en peligro. El que yo no haya matado a alguien, eso sí es un maldito milagro.
Buen relato… ¡Enhorabuena!
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Muchas gracias. Saludos.
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Sí, felicidades!!!!
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Gracias, Ana.
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Excelente 🙂
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