Favor de amigos

Omar y Alberto se encontraban en un restaurante. 

—La verdad es que no pensé que nos volveríamos a ver. Cuántos años han pasado. ¿25? —dijo emocionado Alberto mientras esperaban a que le mesero les llevara su orden.

—Sí, como 25. Pues desde la primaria —Omar encendió un cigarro.

—Pero qué bueno que nos encontramos por casualidad. Fue muy inesperado.

Llegó el mesero con los platos y mientras los acomodaba guardaron silencio.

—Quién lo iba a decir, ¿no?

—Que pequeño es el mundo. Pero, ¿qué ha sido de tu vida en todos estos años? ¿A qué te dedicas? No me lo tomes a mal, pero por lo que veo te va muy bien —dirigió la mirada hacia el reloj que llevaba Omar.

—No me va mal. Tengo lo suficiente para vivir bien. ¿Y a ti cómo te ha ido?

—Pues no tan bien como a ti. Cuando acabé la carrera busqué trabajo de contador y no pude encontrar. Algunos años anduve de chamba en chamba y hasta el año pasado empecé a ejercer la contabilidad. Ha sido difícil y más cuando tienes a quien mantener.

Alberto sacó su cartera y le mostró una fotografía.

—Ella es mi esposa, Karina, y él mi hijo, Mariano. Nos casamos cuando salimos de la escuela y Mariano nació varios años después. Ahorita tiene 10, la misma edad que tú y yo teníamos cuando andábamos de cabrones.

—Es igualito a ti. Hasta parece que te estoy viendo.

—Sí, eso dicen. ¿Tú estás casado? ¿Tienes hijos?

—Sin mujer ni niños. Solterito.

—Pues quien fuera tú. Ja,ja,ja. Sin preocupaciones. ¿En qué me dijiste que trabajabas?

—Hago bultos.

El pedazo de carne que estaba ensartado en el tenedor quedó a medio camino de la boca de Alberto.

—¿Bultos? No, en serio.

—Es en serio. Hago bultos. Es a lo que me he dedicado casi toda mi vida.

—No sé que es eso. Nunca había oído que alguien hiciera bultos. ¿Es cómo hacer bolsas o costales?

—Ja,ja,ja,ja,ja. No exactamente. Sólo déjalo así. 

—¿Y cómo fue que empezaste a trabajar en eso?

—Después de que dejé la primaria, me la pasé como 2 años echando desmadre. En la calle, de vago. Conocí a unos compas que ganaban un chingo de dinero y me les pegué. Luego me presentaron a su patrón y una cosa llevó a la otra. Acabé chambeando para él. Primero haciendo pendejaditas, mandados, y luego me preguntó que si me interesaba tener un buen billete, un coche chingón y todo lo que quisiera. Le contesté que sí y en ese momento fue cuando me mandó a hacer mi primer bulto. 

—Pues la verdad no entiendo en lo que trabajas.

—Luego te lo explico con calma.

Terminaron de comer y se dispusieron a retirarse del restaurante.

—La verdad me dio mucho gusto que nos viéramos. Espero que no pase tantísimo tiempo como la última vez —dijo Alberto mientras nuevamente sacaba su cartera.

—No te preocupes por la cuenta, yo pago. Por el gusto de habernos reencontrado. 

—Hombre, muchas gracias.

—¿Hacía adónde vas? Yo te llevo.

—No te preocupes, si nada más tomo el metro y llego a mi casa.

—Insisto —el tono de Omar era uno que dejaba fuera cualquier respuesta negativa.

Salieron y se encaminaron hacia el estacionamiento. Omar sacó unas llaves y se acercó a un carro.

—¿No me digas que este es tu coche? No cabe duda que te va bien haciendo bultos, sea lo que sea qué es.

Subieron y arrancó. Unas calles después Omar volvió a retomar la platica.

—Abre la guantera y saca lo que hay ahí.

Alberto hizo lo que le pidió y quedó pasmado con lo que encontró dentro.

—Hay una pistola… y un sobre. 

—Sácalos. Y pon la pistola sobre tu pierna izquierda.

—¿Para qué? —era evidente el nerviosismo de Alberto.

—¡Qué las saques, chingada madre!

—S… sí.

—Mira, cabrón. La verdad es que no nos encontramos por casualidad. Yo te busqué por encargo de mi patrón. En ese momento no sabía quién eras. Pero cuando te vi, te reconocí y pensé en hablar primero contigo.

—Pero… ¿por qué te encargo tu patrón buscarme, si ni siquiera lo conozco?

—No. No lo conoces, pero él a ti sí. Porque le andas fastidiando su negocio. Alborotaste a todos los vecinos de tu calle contra unos compas que trabajan con nosotros, luego les echaste a la policía y los agarraron. Al patrón le encabrona que se metan en sus cosas y con su gente.

—Esos que me dices son unos hijos de la chingada que andan vendiendo droga en el barrio. Se la han ofrecido hasta a los niños. ¿A poco trabajas con esas lacras?

—Sí. Y el patrón me pidió que te diera unos plomazos para que sirvieras de ejemplo y dejaran de chingarlo. O sea, que te convirtiera en un bulto. 

—Eso es hacer bultos, ¿eres un pinche cobarde que mata gente? Párate. Me quiero bajar.

—Creo que no has acabado de entender. No puedes bajarte, tengo que matarte.

—Pues ya, ¿qué esperas? Me contaste tu pinche vida y luego me vas a dar un tiro. Eso es no tener madre.

—Eres pendejo ¿o qué? ¿No te das cuenta que si hubiera querido matarte ya estarías tirado en el estacionamiento del restaurante. O afuera de la estación del metro en la que te bajas para caminar hacia tu casa. Abre el sobre.

—¿Para qué? Ya mejor deja de darle vueltas y acaba tu trabajo.

—¡Que lo habrás!

Alberto abrió el sobre y su cara cambió de enojo a confusión.

—¿Y este dinero?

—Mira, Beto, de niños fuimos muy buenos compas y la verdad no quiero chingarte. Agarra el billete y llégale con tu familia a otro lado, lejos. Yo me las arreglo con el patrón.

—No quiero tus favores, pinche delincuente. ¿O qué no tienes los suficientes huevos para convertirme en bulto?

—Huevos me sobran, hay suficientes viudas y mamás sin hijos que te lo pueden decir. Agarra el dinero y vete, no lo hagas más difícil. Tómalo como un favor de amigos.

—No eres mi amigo. Apenas estuvimos unos años juntos y éramos muy niños.

—Como sea. Sólo mete el dinero a tu mochila, ve a recoger a Karina y a Mariano y váyanse. Si el patrón se entera de que sigues por ahí va a mandar a otro a cargarte y no sólo a ti, también a tu mujer y a tu hijo. De paso también me va a chingar a mí por haberme rajado.

Estaban muy cerca de la casa de Alberto. Omar detuvo el coche en la esquina.

—Pero ¿a dónde me voy? Lo dices tan fácil como si dejar la vida y la familia atrás fuera como cambiarse de calcetines.

—A donde quieras. En el sobre hay suficiente dinero para que te vayas lejos y vivas bien mientras reinicias tu vida. De tus familiares y amigos olvídate, no los busques para despedirte. Es lo más que puedo hacer por ti.

Sin decir palabra alguna Alberto bajó del carro y comenzó a caminar en dirección a su casa. Omar lo alcanzó unos metros más adelante y desde la ventanilla del carro le dijo unas últimas palabras.

—No la cagues y vete. Vete hoy mismo. No desperdicies la vida que te acabo de regresar.

Y así lo hizo Alberto.    

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