Momentos después la puerta que estaba del lado opuesto se abrió. Entró un hombre vestido con una túnica color carmesí y se paró frente a Daniel.
—Eres afortunado. Uno de los pocos elegidos —al decir esto sacó un pequeño frasco de una pequeña bolsa y humedeció sus dedos indice y medio en un líquido que le frotó en la frente—. Tráiganlo. Es hora.
El hombre del bastón dio un tirón y le indicó con un gesto de la cabeza que se pusiera de pie.
Salieron, el hombre de la túnica abriendo el paso. Tras unos metros llegaron a un jardín. Afuera el cielo estaba oscuro. Era una noche fría y brumosa.
Comenzaron a caminar dirigiéndose a un pequeño edificio. A mitad del camino Daniel cayó de rodillas. No podía más. Comenzó a llorar desesperadamente. Quería que todo acabara de una buena vez.
—Por favor, se los ruego. Si van a matarme háganlo ya. No puedo más… no puedo más —los enmascarados, sin hacer caso alguno de sus suplicas, lo tomaron de los brazos y lo incorporaron.
Ya sin fuerza y con el espíritu destrozado, solamente dejó caer la cabeza y los brazos y continúo avanzando casi a rastras.
Se detuvieron frente al edificio y le quitaron el cable del cuello. Él y el atemorizante hombre de la túnica atravesaron un portón de madera. Dentro del lugar, que era una capilla apenas iluminada, había un grupo de personas, todas vestidas con ropas de color negro, que formaban un semicírculo en torno a un altar que se encontraba en el centro. Las paredes estaban adornadas con pinturas que mostraban imágenes similares a la que había visto momentos antes. En el otro extremo, entre tinieblas, se abría un portal que llevaba a una oscuridad incluso más profunda.
El hombre de rojo se acercó altar. Cuando estuvo en el centro extendió ambos brazos y comenzó a recitar una oración, su vos amplificada por el abovedado techo.
Súbitamente calló y todo quedo sumido en un sepulcral silencio. La atmósfera de la capilla era maligna, cada persona y objeto presente en el lugar emanaban una aura impura.
—Acércate —le indicó a Daniel. Éste, paralizado por el miedo no se movió. Todos los ahí presentes esperaron en silencio, observándolo fijamente. De pronto, como si una fuerza invisible lo impeliera, comenzó a caminar, sus piernas moviéndose sin su consentimiento.
Una vez que estuvo frente al ara se percató de lo que estaba en su superficie: la cabeza de macho cabrio. la piel de entre los cachos grabada en forma de un pentagrama invertido. Junto a ella se hallaba una cruz profanada con excremento humano. Colocados al lado de ésta, dispuestos como un tipo de ofrenda, había un plato y una copa; el plato contenía un trozo de carne que parecía estar completamente cruda y la copa un líquido oscuro y espeso.
El sacerdote entonó otra oración y tomó el plato y la copa y se los ofreció a Daniel.
—Come y bebe —su voz penetrante y macabra—. Con la comunión de la carne y la sangre te consagro a nuestro señor.
Al pronunciar estas palabras, todas las personas que formaban el semicírculo alrededor de ellos comenzaron a entonar un cántico:
Mammón, Príncipe de los tentadores;
Tú que eres uno de los siete que le sirve a nuestro Padre y Emperador Lucifer,
recibe esta humilde ofrenda en forma de carne.
Sacia tu hambre y tu sed con su alma llena de avaricia.
Te rogamos y nos postramos ante Ti.
Le rogamos y nos postramos
ante el Emperador de todo lo que es y lo que será.
Te imploramos que asciendas y nos colmes con tu dones.
Te imploramos le des fuerza al más grande de los Príncipes
para que su venida, a este su verdadero reino, sea pronta.
Con la comunión de la carne y de la sangre te llamamos a nuestro lado.
Con la comunión de la carne y de la sangre te entregamos esta alma.
¡Te loamos, Mammón! ¡Te loamos, Lucifer!
¡Te amamos, Mammón! ¡Te amamos, Lucifer!
Los hombres y las mujeres alrededor del altar se fueron sumergiendo en un tremendo éxtasis mientras avanzaba la alabanza. Daniel se vio nuevamente conducido por esa irresistible fuerza y, a pesar de todo el terror y asco que sentía, aceptó el trozo de carne. Las nauseas que sintió fueron indescriptibles, ¡lo que acababa de tragar era carne humana! Enseguida recibió el cáliz y bebió; sangre era lo que contenía.
Mientras, del portal al fondo de la capilla comenzó a emanar un fulgor rojizo.
Continuará…