Durante años mi amigo, hasta hace unas horas lo consideraba de esa manera, había estado ejerciendo la medicina con un titulo falso; abandonó la escuela a mitad de la carrera y con lo poco que pudo aprender daba consulta a gente muy pobre en un consultorio improvisado dentro de un departamento que rentaba.
Su labor era muy simple: auscultaba a los pacientes y les recetaba medicina; medicina que él mismo les vendía y la cual obtenía por medio de un contacto que tenía en el Seguro. Pero de vez en cuando alguien requería de un servicio más complicado y ahí es donde entraba yo.
Soy estudiante de medicina y por este motivo, sumado a nuestra supuesta amistad, siempre me había pedido que lo asistiera. La mayoría de las veces realizábamos abortos o atendíamos a fulanos picados o baleados. Nunca habíamos tenido algún problema. Hasta hoy.
Hace unos días, una muchacha (niña diría yo) vino a revisión porque creía estar embarazada y no quería tener al bebé. Mi amigo comprobó su estado y concertaron una cita para realizar el aborto. Como de costumbre se puso en contacto conmigo.
Hoy por la mañana la niña llegó en compañía de su prima, una muchacha apenas unos años más grande que ella. Después de explicarles lo que haríamos, preparamos todo y comenzamos el legrado. Durante el procedimiento todo iba aparentemente bien cuando, de manera inesperada, mi amigo interrumpió lo que estaba haciendo y se quitó los guantes y el cubre bocas. Sin decir nada caminó hacia la puerta y salió del cuarto. Ni siquiera me dio tiempo de tratar de entender lo que estaba pasando porque en cuanto volteé nuevamente a ver a la niña, me di cuenta de que estaba sangrando. La cantidad de flujo era muy abundante y mi primera reacción fue agarrar una toalla para tratar de detenerlo.
A gritos llamé varias veces a mi amigo. En ese momento, la muchacha (la prima) se asomó por la puerta, su cara se puso muy pálida al ver la toalla ensangrentada que tenía en las manos. Me acerqué a ella y traté de explicarle que toda iba a estar bien, le di mi celular y le pedí que llamara una ambulancia. En lugar de hacerlo, salió corriendo.
En ese momento me di cuenta de que estaba solo, con la responsabilidad de solucionar lo que mi amigo había hecho mal. Me sentí muy asustado, nunca había estado en una situación así. Comencé a llorar de la impotencia, pero tuve que tranquilizarme porque si no hacía algo rápido la niña se iba a morir.
No sé durante cuánto tiempo he estado tratando de detener la hemorragia, en mi desesperación perdí la noción de todo, han sido momentos en los que no ha existido nada más. Afuera se escucha mucho escándalo: golpes en el zaguán del edificio, voces enojadas de hombres y mujeres mentando madres y amenazando mientras repiten el nombre de mi amigo.
Por la ventana veo a un grupo de gente, más de 20 personas quizá, entre ellas la prima de la niña. Algunos traen palos y otros piedras, uno incluso un machete. Una piedra rompe el vidrio y me pega en el pecho, el que la aventó me está señalando, los demás voltean a verme. Patean el portón y logran forzarlo. Están entrando, escucho como sus gritos se acercan por las escaleras…