El manantial

La mujer emergió de entre las espumosas olas del océano, el agua escurriendo sobre su piel desnuda trazando senderos que terminaban en pequeñas gemas transparentes que atrapaban la luz del amanecer. Miró a su alrededor mientras asimilaba todo lo que la rodeaba. Durante unos momentos permaneció parada en la playa, tan sólo observando y escuchando.

Más allá de las dunas se alzaba un viejo bosque al que, después de unos minutos, comenzó a dirigirse con un grácil andar. Mientras caminaba, en su cabeza estaba presente un sólo pensamiento: completar el ciclo. Hacía varios meses que en su matriz se gestaba vida y ahora había llegado el momento de que ese ser que se encontraba dentro de ella viniera al mundo.

Se internó en el bosque dejando atrás el sonido y la húmeda brisa del mar. Caminó bajo la verde cúpula que formaban las copas de los árboles; aquí, en el interior del bosque, el musgo del suelo no conocía los rayos del sol y todo estaba envuelto en una perenne penumbra. A pesar de que sólo el instinto la guiaba, su paso era decidido. No cejaría en cumplir con su cometido. 

Tras horas de camino, la fuerza de la mujer comenzaba a menguar, su exhausto cuerpo le indicaba que  muy pronto llegaría el momento final. Sin siquiera detenerse un poco continuó su andar, cuando, a lo lejos, divisó la elevación del terreno que indicaba el inicio de la montaña. Hacía allá se dirigió. Cuando estaba ya muy cerca fue que por fin lo vió: un manantial que brotaba desde un grupo de rocas. Su destino. Con renovada determinación recorrió el último tramo de su travesía. De la vertiente manaba agua tan pura que en el estanque donde se acumulaba, los pequeños peces parecían flotar en el aire. Con suma delicadeza se introdujo al cristalino líquido y nadó hasta el extremo del cual brotaba. Una vez allí se recostó sobre el lecho y apoyó su cabeza en la rocas, su abultado vientre sobresaliendo del agua. Abrió las piernas para poder iniciar el alumbramiento. 

Las contracciones se apoderaron de su cuerpo y comenzó a sentir un dolor muy intenso. Durante lo que pareció ser un proceso interminable, donde el caos reinó por completo, se enfrentó a una tremenda lucha consigo misma, hasta que, completamente agotada, dio a luz a una niña. Con el poco vigor que le quedaba tomó a la bebé entre sus brazos, la miró intensamente y la acarició hasta que su llanto cesó. Un momento después la colocó a su lado. El cuerpo de la mujer languideció y poco a poco su respiración fue disminuyendo hasta quedar completamente inerte. 

La muerte la había reclamado. El ciclo se había cumplido.

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